Había decidido a qué iba a dedicar mi futuro. Escribiría libros de Teo. Me iba a forrar. ¿Habéis visto alguna vez uno de esos libros? Esos títulos tan sosos como «Teo desayuna», «Teo va al campo»… el único que promete es «Teo va a casa de una amiga», y ni ése.
¿Pero qué se creen, que los niños de siete años son tontos? Hoy en día cualquier mocoso tiene un especial Playboy escondido en el cajón de los juguetes (esto también lo sé por experiencia). La madurez sexual les llega cada vez antes. Claro, con tanto ver Telecinco y a Leticia Sabater, con esos escotes que me lleva la tía… Si no hay más que ver a las impúberes de la actualidad, con esas faldas tan ceñiditas, ¡Y esos corpiños, y… ¡EJEM! … Eh… bueno… mejor guardar la compostura, que luego le llaman a uno pedófilo.
En resumen, que ya mismo será parirlos sus madres, y en vez de llorar le pellizcarán el culo a la matrona; como si lo viera.
Yo escribiría títulos de gran interés, con gran fuerza literaria, que de seguro serían número uno en las guarderías. Títulos como «Teo se hace caníbal», «Teo sodomiza a su perro», «Teo visita la casa de lenocinio», «Teo traficante», «Teo se convierte en Teodora», «Teo sadomaso», «Teo proxeneta», y «Teo va a casa de una amiga, y se la folla», que sería la segunda parte de «Teo va a casa de una amiga», tan sólo que esta vez terminaría la faena.
Para éste último necesitaría el permiso del autor de la primera parte, aunque no creo que hubiera problema, incluso puede que hiciera un “crossover» con Teo y otro de mis personajes de ficción favoritos: «Teo conoce a Emmanuelle negra (y también se la folla).
– Extracto de Historias que no contaría a mi madre.