―No pretenderás decirnos que lo que se cuenta en los mitos de Cthulhu es real, ¿no? ―José Ildefonso se me quedó mirando unos segundos―. ¡Venga ya, hombre! ―exclamó al ver que mi cara no mostraba el menor atisbo de que aquello fuese una broma.
―Y ahora nos vendrás con el cuento de que el Necronomicón existe, ¿no? ―Casandro llenó de corrosivo escepticismo la entonación con la que formuló tan retórica pregunta―. Vamos ―me dijo al ver que guardaba silencio―, está perfectamente documentado que el supuesto grimorio del Necronomicón era una invención de Lovecraft. Su presunto autor, Abdul Alhazred, no era más que un nombre inventado por él. Incluso la formulación de los términos griegos que componen la palabra que da nombre al libro es errónea, dado que Lovecraft no dominaba esa lengua. Lo único que pasó fue que el resto de escritores amigos suyos le siguieron el juego, e incluso hubo algunos cachondos que dejaron fichas falsas de la existencia de este volumen en diferentes bibliotecas de Estados Unidos; ha habido muchos listos que han sacado supuestas ediciones del Necronomicón para llenarse los bolsillos, pero todas son más falsas que una moneda de veintiséis pesetas.
―Puede ser ―contesté yo manteniendo la calma, pues me había preparado la respuesta previamente―. Existe sin embargo quien dice que el escritor Colin Wilson, en el curso de unas investigaciones sobre la obra de Lovecraft, recibió en 1976 una carta del director del Instituto para la Investigación de la Magia y los Fenómenos Ocultos, de Salzburgo, en la que afirmaba que Winfield Lovecraft, el padre del escritor, antes de volverse loco, teóricamente a causa de la sífilis, había pertenecido a la francmasonería egipcia. Esta rama de la masonería había sido fundada por un tal Cagliostro, que en teoría había legado a sus seguidores el Necronomicón, entre otros manuscritos ocultistas. El señor Hinterstoisser, que así se llamaba el director de este instituto, también decía en su carta que el padre de Lovecraft se hallaba en posesión de un grimorio de magia astrológica que, mira tú por donde, era el Picatrix, que había sido escrito por Maslama el madrileño, y del que sabemos que sí existió en realidad. ¿No veis la conexión?
-Extracto de Imposible pero incierto (una novela de horror có[s]mico)
http://www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/a/Al%20Azif%20-%20Necronomicon%20%5Bespanol%20argentina%5D.pdf