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Supuesta foto del lago subterráneo de la plaza de las Tendillas, bajo el centro de Córdoba. Fuente: Puertadeosario.blogspot.com

¿Quieres ver con tus propios ojos uno de lo misterios mejor guardados por la ciudad de Córdoba? Sigue leyendo…

Hace tiempo hacía una entrada relativa a «Imposible pero incierto», en la que aportaba un artículo de prensa en el que se hablaba de la existencia real de un lago subterráneo bajo la plaza de las Tendillas, en el centro de Córdoba, que es uno de los escenarios de la novela.

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A pesar de ello, a día de hoy, cuando surge el tema en una conversación, hay gente que todavía no me cree.

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La plaza de las Tendillas de Córdoba. En teoría, desde el sótano del edificio amarillo (la casa Colomera) se puede acceder al lago subterráneo.

Pues bien, lee lo que cuento en la novela, y luego, velo con tus propios ojos gracias a este reportaje que realizó una cadena local en los años 90.

Mis sospechas se confirmaron definitivamente cuando, tras consultar al bibliotecario en referencia a otra nota que había encontrado en un documento oficial del área de cultura del Ayuntamiento, este me trajo una polvorienta carpeta. Tras toser un poco y experimentar un leve picor en las manos causado por el polvo que impregnaba el legajo, abrí las tapas y el contenido que se me mostró hizo que la mandíbula inferior se descolgara como indicativo de mi sorpresa. Al parecer, en 1986, Antonio Melero Muñoz, responsable del área de cultura del Ayuntamiento por aquellas fechas, había intentado llevar a cabo un proyecto turístico de lo más curioso. El susodicho pretendía crear un espectáculo en la citada cueva subterránea, similar al que se llevaba a cabo en las cuevas del Drach de Mallorca, al que yo había asistido en el viaje de fin de curso del instituto, en el que habíamos cohabitado con pensionistas alemanes y aterrorizado a los niños de los viajes de EGB en un hotel situado en la zona de los Arenales. Las obras propuestas incluían la construcción de un pequeño auditorio en el que los espectadores podrían oír un concierto mientras bordeaban en barcas un lago subterráneo.

(…)

Animado por esta evidencia continué buscando con reavivado ahínco. El carácter enérgico de mis pesquisas dio sus frutos y en apenas una hora di con otro volumen, Córdoba monumental, artística e histórica, que me ponía sobre la pista del dato que estaba buscando. Al parecer, en el número 3 de la calle Juan de Mena había una casa que ya en tiempos de Góngora se conocía como «Casa del Agua». Había sido utilizada como manantial tanto en tiempos de los árabes como en los primeros siglos de la reconquista. Según el texto, en el patio de esta casa había una entrada construida en tiempos de los romanos que daba a un pequeño lago de aguas semitransparentes.

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(…)

La abertura daba a unas escaleras. Las piedras, ancianas, de un tono terroso manchado por el verde del musgo, hablaban de la Corduba romana, del paso de olvidadas centurias, de intrigas secretas y oscuros rituales a deidades tan siniestras que el hombre moderno no había querido rescatarlas de las tinieblas del tiempo. Pero se trataba de una realidad que había subyacido bajo la dimensión ordinaria de las cosas, conocida tan solo por unos pocos iniciados que se encargaban de mantenerla viva a lo largo del tiempo, un cadáver errante que discurría en el subsuelo sin ser visto por los incautos que habitaban en la superficie, y que esta noche volvía a abrir sus fauces putrefactas tras siglos de silencio para cobrar un sangriento tributo.

El techo, en forma de bóveda, se hallaba cubierto de manchas de humedad. Descendimos cinco tramos, notando cómo la calidad del aire cambiaba progresivamente, ganando en humedad, haciéndose un poco más tibio, y adquiriendo cierto olor a sitio cerrado. Algunos de los escalones estaban rotos o desgastados por el paso del tiempo, otros tenían pequeños charcos; había que descender apoyando las manos en las paredes para evitar resbalar escaleras abajo. Tras el último trecho, un pequeño arco que giraba a la derecha daba paso a una antigua bodega.

En la pared izquierda había dos grandes hornacinas de ladrillo que llegaban hasta el suelo, cobijando un par de enormes y añosas tinajas.

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Al fondo de la pequeña estancia se veía cómo el agua de un estanque arrojaba el resplandor del reflejo de los faroles que portaban los adeptos. La masa de agua salía de la habitación por un sumidero que había en la pared, rematado por un vetusto arco de ladrillos a la altura del suelo. 

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– Extracto de Imposible pero incierto (una novela de horror có[s]mico).

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