microrrelato-de-terror

Es curioso como la inspiración puede venir de los lugares más insospechados, generando un microrrelato en mi cabeza, como si fuera un haiku, un intento de inmortalizar el momento. Este microcuento de miedo, o microrrelato de terror, como prefieras llamarlo, que te traigo hoy, se gestó durante la conversación con un amigo que es padre primerizo, y me contaba como le inquietaba cuando su hijo, que apenas anda, y todavía no habla, se quedaba mirando al pasillo vacío o al techo, y saludaba con la mano a alguien invisible.

Supongo que es algo que le ha pasado a todo aquel que se haya quedado a cargo alguna vez de un niño pequeño. Dicen que hasta los siete años los niños no desarrollan el pensamiento racional, y no son capaces de distinguir entre fantasía y realidad. Dicen también que el cerebro de los niños pequeños tiene una capacidad enorme de aprendizaje, un gran potencial, hasta que más o menos a esa edad sufren un fenómeno conocido como poda neuronal por el que se pierden muchas sinápsis, y con ellas la capacidad de aprender idiomas solo escuchando hablar, como hacen los niños pequeños.

Dicen también que se pierden las capacidades extrasensoriales con las que todos venimos al mundo, pero que desaparecen si no nos han educado para ejercitarlas, como se hace con la mayoría de los aspectos de nuestra inteligencia (aunque, por ejemplo, la creatividad es uno de los más menospreciados por nuestro sistema educativo).

No te cuento más, para no echarte a perder el relato.

Recuerda, como siempre, que se trata de una microhistoria que podrás leer en menos de 5 minutos, en una pausa, o mientras tomas un café. Espero que la disfrutes y, si te gusta, espero que la compartas.

¿Quién puede meterse en la mente de un bebé?

─Es algo normal, no tienen de qué preocuparse ─les había dicho el pediatra. Sin embargo, Helena no podía evitar que se le congelara la sangre cuando el niño se quedaba mirando a la nada en dirección al pasillo, cerca del techo, y saludaba con la manita.

Era muy pequeño; solo hacía eso cuando veía a alguien, aún no tenía raciocinio para inventarse cosas. Por suerte su cerebro de adulta era incapaz de ver a la mujer que flotaba en el aire con un camisón blanco ensangrentado y tres heridas abiertas en el pecho, con una mirada siniestra y el pelo negro cayéndole en grasientos mechones por el rostro, esperando el momento idóneo para llevarse al niño.