En este vloj ya he hablado en otras ocasiones de El Hobbit, uno de mis libros favoritos, aunque sea de forma tangencial.

Estas navidades aproveché para ir al cine a ver la segunda parte de una trilogía que nunca debió ser trilogía, y que tiene más relleno que los pechos de Yola Berrocal.

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Creo que es momento de abriros mi corazoncito friki para compartir con vosotros mis sensaciones.

Cualquiera que vaya despistado al cine, viendo el título principal de la trilogía, puede pensar que la película trata de un tipo practicando durante dos horas  su pasatiempo favorito, pero nada más lejos de la realidad.

En esta segunda entrega tenemos a Bilbo que debe atravesar el bosque negro para llegar a la montaña solitaria.

  • En primer lugar, algo que me perturbó fue el inquietante parecido de Thorin escudo de Roble con el difunto Tino Casal.
      Thorin vs Casal

Parecido razonable

Tanto era así que no me podía concentrar en la película, a la espera de que, en un primer plano de Thorin, en lugar de gritar ordenes al grupo de enanos se pusiera a cantarles «Eloiiiissssssssssssssssssssss».

Con que todos los elfos de la saga se parezcan a los Locomía ya tenemíamos inquietud de sobra.

Es el estigma de haber sido niño en los 80.

  • Otra cosa que seguro que hizo que Tolkien se revolviera en su tumba y que maldijera como un Nazgul fue el intento de crear tensión sexual entre el enano guapo de la compamía y la elfa interpretada por la actriz de perdidos.

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Señores guionistas,si de pequeños se quedaron traumatizados al ver como su caniche intentaba montar a una pastora alemana o si quieren ver un interracial, váyanse a pornhamster, pero, por favor, no le peguen patadas al libro solo porque en el manual del buen guionista venga que toda historia es más comercial si contiene tensión sexual entre algunos de sus personajes.

Solo faltaba que Ian Mckellen le hubiera tirado los trastos al oso porque le gustan los Teddy Bear.

Los beornidas hubieran triunfado en Chueca

Una cosa es la fascinación que Gimli siente bajo el influjo mágico de Galadriel, en parte causado por el anillo que esta tenía, y otra muy distinta que al enano este le falta pedirle el número de teléfono a la elfa cuando se ponen a charlar en las celdas.

Abusurdo a todas luces.

¿Qué habrían tenido, un elfano o un enelfo?

A pesar de ello, debo decir que disfruté mucho con la película. ¿Por qué?

Puntos positivos.

En primer lugar, es más entretenida que la primera.

La verdad es que me esperaba poco después de las cancioncitas de los enanos en la primera parte del Hobbit.

Temía con ansiedad que, para alargar la película a modo de poder sacar una trilogía de donde no la hay, los guionistas se inventaran que los enanos entraban en un karaoke.

Menos mal que no sucedió. Me imagino, las canciones interminables con los enanos borrachos tirándole los tejos a las elfas del lugar, mientras que el resto de los presentes les miran con mala cara por tener monopolizado el micrófono con sus E-T-E-R-N-A-S canciones.

Las escenas de acción son acojonantes.

El descenso del río en barriles hace que Indiana Jones parezca un borracho con mareo al lado de esos elfos y esos enanos repartiendo leña.

Los añadidos que aclaran los acontecimientos paralelos relacionados con la trama del señor de los anillos han hecho las delicias de este humilde friki.

Esa visita guiada a la tumba de los Nazgul no tiene precio. Y ver a Sauron en plena gestación fue algo incomparable.

El dragón es impresionante.

Pues sí, las escenas de Bilbo y el dragón me gustaron mucho, aunque el posterior correteo en Plan Pixie y Dixie de Smaug intentando atrapar a los enanos me pareció de lo más absurdo.

En fin, una película con sus luces y sus sombras y que se toma (respecto al libro) más licencias de las que hacen falta para abrir una plantación legal de marihuana, pero que hará las delicias de todos aquellos que sean frikis no integristas de la obra del maestro Tolkien.