Con frecuencia se subestima el efecto que las palabras pueden tener sobre la mente de un individuo. En mi caso, todo comenzó una noche de verano junto a la piscina de un chalé, cuando llega ese momento en el que todo el mundo comienza a contar cuentos de miedo, para animar el cotarro.
Como fuera que me tocaba el turno, comencé a contar una historia de miedo real, un caso de fenómenos paranormales en un hospital de Las Palmas de Gran Canaria que me había contado una familiar que trabajó allí como enfermera.
Entre la audiencia había un amigo guasón que estaba por chafar la atmósfera terrorífica que estábamos intentando crear.
En mi historia, uno de los elementos era la brujería que se practica en un pueblo de las Palmas, Teror.
Al hablar de esto, el individuo aquel me dijo:
—¿Sabes que al lado hay otro pueblo aún más misterioso?
—Sí, ¿cuál? —le pregunté yo, pánfilo in extremis.
—Mierdo.
Con este chiste tan malo, comenzó todo…
La polisemia en el humor y mi problema mental
Como verás a continuación, todo esto que te he contado tiene un sentido dentro del contexto de este artículo.
Pero continuo con mi historia.
La mayoría nos quedamos como seguro que estás tú ahora: preguntándote dónde carajo está la gracia.
Mierdo/Teror – Miedo/Terror.
Por algún motivo que desconozco, semejante juego de palabras infame tuvo que causar algún tipo de lesión en mi selevvro, que vio abierta la veda.
Desde entonces no puedo evitar hacer juegos de palabras malos y aprovechar la polisemia siempre que se da la oportunidad.
Aunque a priori no lo parezca, esto es una tara que lastra en cierta medida mis relaciones sociales.
Te pongo ejemplos de este continuo sinvivir.
Estás en el curro. Un compañero, que llega tarde, se acerca a tu mesa para usar tu ordenador, porque tiene que picar entrada, y te dice:
—¿Me dejas picar?
Y tú contestas:
—Por supuesto, ¿te saco unos taquitos de jamón, unos panchitos…?
Imagínate su cara.
Pues así con todo.
Non stop.
24 x 7 x 365.
Hace poco encontré la explicación al mal que me aqueja, y ya no me siento tan sólo.
Ahora por lo menos sé que es algo involuntario…
Fue la sección de salud de el periódico El Mundo la que acudió al rescate con el siguiente titular:
Contar demasiados chistes malos puede deberse a un problema neurológico
Por fin conocía el origen de mi mal.
La noticia, de la que a continuación te dejo algunos extractos, es de traca:
«El caso más sonado últimamente ha sido diagnosticado por el neurólogo Mario Méndez, de la Universidad de California. El paciente, obligado por su mujer a acudir a su consulta tras soportar años de constantes chistes sin gracia, salidas de tono e incluso noches en vela debido a las ocurrencias que pasaban por la cabeza de su marido, presentaba un cuadro clínico típico de un raro síndrome denominado Witzelsucht, también conocido como la enfermedad del chiste».
Una escena dantesca. Imagínate al marido descojonado en mitad de la noche despertando a la mujer y diciéndole:
—Mari, Mari, mira el chiste que se me ha ocurrío.
Pa matarlo.
Se ve que yo también tengo el Bitelchús ese.
«Las personas que lo padecen sienten un irrefrenable deseo de hacer bromas constantemente, añadiendo como agravante un carácter hipersexual a sus chistes haciéndolos inapropiados en la mayoría de las ocasiones».
Lo han clavao.
Al parecer, según este artículo, esta es la causa:
«El paciente había sufrido a lo largo de su vida dos derrames cerebrales que habrían dañado el lóbulo frontal derecho de su cerebro, siendo esta la posible causa de su repentino sentido del humor».
Lo de los derrames explica el por qué de la expresión «estar como una regadera», todo el día derramando…
En fin, que esta dolencia mía me lleva a hacer cosas como mandar un tweet a la cuenta oficial de Bertín Osborne para decirle que cuándo va a entrevistar a su primo Ozzy, o mandar perlas como esta:
Y es que, como ya te demostré en este artículo, por Bertín Osborne y su flichornosa figura siento gran admiración.
O a hacer chistes tan malos como estos:
-¡Cómo osas!
-Que aproveche.
O decirle a tu pareja que en vez de premenstruando está «pre-monstruando», porque se pone de mala uva, y que se mosquee aún más…
Un sinvivir, vaya.
Así que, ya sabes, cuidado con la polisemia, que es un gran recurso para el humor pero te puede joder la vida…
Creo que mientras uses la polisemia mayormente en escritos y poco menos en la vida real no tendrás tantos problemas. Ahora yo también se como se llama este desorden que he visto en algunos de mis antiguos conocidos roleros.
Sí, tengo que trabajar eso… ;)
Mira que me encantan los chistes malos, pero el de cómo osas roza la tortura… En fin, supongo que es cuestión de saberlo controlar. ¡Un abrazo!
¡Jajaja! Sí, es muy fuerte lo mío. ;)
¡Saludos!
jajajaja, me ha encantado el de pre-monstruando (me siento taaaaan identificada)…
Los demás prometo no contarlos ;D
¡Jajajaj! No deberías si no quieres que se resientan tus relaciones sociales ;-D
¡Saludos!