De un par de años a esta parte, he desarrollado una especie de ritual. Comenzó durante la escritura de Imposible pero incierto.
Para poder terminarlo aproveché parte de las vacaciones de verano, y algunas noches, cuando todo el mundo duerme, yo comenzaba a escribir, con una copa de algo que me gustara, aprovechando el silencio de la noche y el aura de intimidad, esa atmósfera especial que se crea.
Este año he vuelto a hacer lo mismo, e inauguré mis vacaciones escribiendo por la noche. Un gin tonic de G’vigne y el silencio de la noche hacen que fluyan las ideas.
Es otra forma de aprovechar las vacaciones.
Y para muestra, un botón.
Tras unos tensos minutos de incierto avance en la ominosa oscuridad del túnel, temiendo que aquella red de transporte no estuviera realmente en desuso, con el consiguiente peligro de morir atropellados, llegaron a una estación. El alicatado de azulejos blancos de la pared le daba un tono aséptico y frío, como el de un matadero. Apilados en el andén había enormes rollos de material textil repartidos al alimón, cajas llenas de perchas de plástico, muebles y maderos y toda suerte de repuestos de maquinaria, iluminados por la luz mortecina de las luminarias del techo. Su parpadeo, de seguro debido a una mala conexión del cableado, hacía que la escena estuviera poblada de sombras que ejecutaban una danza macabra al ritmo de las idas y venidas de la iluminación. Un silencio siniestro, que encogía el alma, se cernía sobre la estancia insinuando que ellos eran los únicos seres vivos de los alrededores.
Si yo hiciera un ritual así, bebería una copa de vino de moras o quizás de un Oporto bien fuerte. Un saludo y sigue con el buen trabajo.
¡Buenas elecciones! El vino de moras tiene que estar riquísimo, no lo he probado nunca.
Un saludo.