O motivos  por los que incluí a Bella en mi lista de gente a la que habría que disolver en ácido si fuera un personaje real.

Este post está Patrocinado por la asociación de novios/maridos damnificados por crepúsculo, que son víctimas de las serias secuelas síquicas que causa esta saga.

Se acerca ese momento que todos temíamos, sí, señores, y no me refiero al 21 de diciembre del 2012. Ojalá fuera eso. Con el estreno de Amanecer: parte 2, la última parte de la saga de crepúsculo, miles de féminas indican con gesto severo a sus parejas que ha llegado la hora de ir al cine, a pesar de que estos se resistan como perro que sabe que va a ser llevado al veterinario.

Y es que una de las sagas literarias/cinematográficas más pastelosas, insulsas y, porque no decirlo directamente, a opinión de quien suscribe, coñazo, de toda la historia, ha vuelto a nuestras pantallas.

Compartiendo el concepto de «cine de acción» que tienen los cineastas escandinavos (Imaginaros como sería La jungla de cristal dirigida por Lars von Trier o por Ingmar Bergman, o directamente chuparos “Amanecer, parte 1”), acercando el mito del vampiro a la figura de los teletubbies, denigrando por completo la idea del hombre, convirtiendo a todos los protagonistas masculinos en pagafantas impenitentes, Bella vuelve a nuestras pantallas para amenizar (o más bien amenazar) nuestras vidas.

¿Qué sabré yo de crepúsculo?

Pues algo sé, dado que, antes de mi intento de leer 50 Sombras de Grey, esta saga fue mi primer ejercicio de masoquismo literario.

Y es que esta serie de libros de Stephenie Meyer es de las pocas sobre las que se puede afirmar con rotundidad que ganan al ser llevadas al cine, y tampoco es que ganen mucho, pasan de ser una tortura a constituir un aburrimiento que compartir en pareja, llegando por algunos leves instantes el estatus de entretenimiento vacuo, pero tan sólo en forma de algunos destellos pasajeros.

Tras ver la primera película, lo intenté con el segundo libro de la saga.

¡Oh my god!

Cuando esa Bella, tras, como no, ensalzar de forma cansina la belleza de su vampiro al inicio del libro, se sienta en esa silla de mimbre frente a la ventana a entablar un soliloquio interminable de queja autocompasiva mis neuronas se fundieron como una caja de fusibles del Ikea.

Entonces, ¿cómo es posible que esta serie haya tenido tanto éxito?

Tras una ardua reflexión compartida con algunos otros amigos sorprendidos por el fenómeno, hemos llegado a las siguientes conclusiones.

A nuestro juicio, el éxito de esta saga reside en una premisa inicial:

La autora explota varias fantasías profundamente arraigadas entre un amplio sector dentro de la población femenina:

1. Quiero ser la más guapa.

Aunque no sea característica general ni exclusiva del género que nos trajo al mundo, si es cierto que el ansia por estar guapa (a.k.a. vanidad) es un mal común entre un elevado porcentaje de las hembras de nuestra especie.

Por lo tanto, para facilitar que las lectoras se identifiquen con la protagonista, la dota de una belleza notable, no una belleza al uso, sino un aspecto especial, capaz de cautivar incluso al vampiro protagonista. Incluso se atreve a dejar constancia de ello con una obviedad tan cutre como el hecho de que los personajes que interpreta Jackie Chan en sus películas se llamen Jackie: la protagonista se llama Bella.

Si la hubiera llamado Potita o Fermosa, por lo menos me habría descojonado al empezar a leer el libro. Pero no fue así.

2. Todo es “ideal”

Esta señora ha sido capaz de cargarse un mito con miles de años de existencia y común a todas las culturas humanas. El chupasangres protagonista, en lugar de un terrible ser de las tienieblas es un “Vampiro de fantasía”, es muy guapo y tiene diamantitos que brillan con el sol.

Es a la vez un novio y un complemento, o como mucho un vampiro-gusiluz.

Por si alguien no conocía el mito del vampiro antes de que saliera Crepúsculo, os dejamos una imagen aclaratoria que a la vez puede servir de pasatiempo:

Encuentra las 354.000 difrerencias

Y que decir de los suegros de Bella, perfectly you, jóvenes guapos, adinerados, y con una casa en el bosque preciosisísima, vamos, ideal de la muerte (nunca mejor dicho).

2. El novio perfecto

El muchacho no muerto reúne todos los requisitos con los que cualquier moza idealizaría a su pretendiente: está todo el día diciéndole que la quiere, que sin ella su vida no tiene sentido, lo cual es una visión romántica y sicológicamente poco sana de las relaciones de pareja, que más que amor, podría llamarse co-dependencia, pero que parece que entre las féminas gusta.

Además, es el más guapo del insti al que todas quieren beneficiarse, tiene mucho dinero, un cochazo, y, por lo que podemos ver en la tercera parte de la saga, tiene que estar bien dotado el muchacho.

¡¡Y para colmo se quiere casar!! Todo un partido, oiga.

Y si no fuera poco, le puede conceder a la protagonista la eterna juventud, con lo cual se va ahorrar una pasta en retoques de cirujía estética, la menopausia… (esta fantasía estaría muy enlazada con la fantasía número 1).

Por último, resulta que Bella ha ido a dar con el único vampiro que tiene, agárrense, Instinto paternal, ¡Y la deja preñada!

Así se satisface también el instinto maternal de las lectoras. ¿Cómo puede una criatura que está muerta dejar preñada a una persona? Bah, si son vampiros, aquí vale todo hombre.

Creo que la mujer hubiera redondeado la saga si el vampiro en vez de semen eyaculara crema hidratante, maquillaje, crema anticelulítica, o alguna otra sustancia valorada por las chicas, dando además pábulo para los guionistas de la versión porno.

Como no se le ocurriría a la señora.

3. El amigo adulador

Tiene el elemento con el que el que muchas chicas sueñan. Aunque normalmente suelen ser feos (por eso no suelen pasar de «amigo adulador” a “tío que te la endiña”), en el caso de Bella el amigo es superguapo, cachas de la muerte y está por sus huesos.

Se roza con él más que una fea en un baile, poniéndolo cardíaco para luego decirle: «es mejor que seamos solo amigos» mientras el rostro del muchacho se pone morado, indicativo del riesgo de embolia por falta de riego sanguíneo al cerebro, al estar toda la sangre de su cuerpo concentrada en mantener una erección caballuna, o licantrópica en este caso.

Para colmo de la cursilidad absurda de anuncio de compresas manido, el chico va siempre sin camiseta, mostrando su apolíneo torso, porque, como tiene el metabolismo “acelerao”, por aquello del lobunismo, siempre tiene mucho calor.

Si además la mujer siempre quiso tener mascota, viene todo en uno en el pack, dado que el amigo adulador también se convierte en un pastor belga hipertrófico (si se hubiera transformado en ligre, al menos la saga habría tenido algo original. un Hombre-ligre siempre hace ganar muchos enteros).

Son todo ventajas, oiga.

El culmen del pagafantismo de ambos protagonistas masculinos, tanto del vampiro como del Samoyedo hipertrófico llega cuando, creo que es en la segunda película, tras estar Bella usando como pagafantas al hombre lobo y poniéndolo hashondo, deciden que es muy buena idea que se vayan los tres juntitos de acampada, teniendo que acabar metiéndose el hombre lobo, mira tú por donde, en el saco con Bella delante del pobre vampiro calzonazos, para posteriormente besar al lobo en sus narices.

Creo que esto lo metió la escritora en la novela para mostrarnos que Edward, además de vampiro, también era cambiaformas, se transformaba en mamífero astado.

Respecto a la calidad literaria de la saga, poco puedo decir, porque tras fracasar en mi intento de leer la segunda parte de la saga me clavé un punzón en el bulbo raquídeo para resetarme el selebro, y así me he quedao. Eso sí, no recuerdo na de ná del libro.

Así que dedico este artículo a todos aquellos chicos que tendremos que sufrir con estoicismo esta película. Ánimo, compañeros, siempre podréis decir a vuestros hijos que sacrificasteis las neuronas por amoh.

 Como último recurso siempre podemos cerrar los ojos cuando estemos en el cine, aun a riesgo de quedarnos durmiendo, e imaginar esto: