Tras el paréntesis vacacional de la semana pasada, regresa la actividad incansable.
A las puertas de la edición de Imposible pero incierto (una novela de horror có[s]mico), que posiblemente vea la luz la semana que viene, en Amazon, tanto en ebook como en formato físico, a través de Createspace, para amenizar la espera os dejo un fragmento más de su «banda sonora», en esta ocasión del segundo capítulo.
Adelantar también que este fin de semana, gracias a un grupo queridos y entrañables zombis que siempre me apoyan en mis locuras, el proyecto de La Guía de defensa personal contra zombis ha dado un importante avance, y ya están dispuestas las fotos del O sensei Scallion mostrándonos las técnicas de defensa personal contra no muertos y reanimados paso a paso.
Por suerte no hubo ningún herido por mordedura durante la sesión fotográfica.
Capítulo 2: Luces y sombras
Black Sabbath – Type O negative
(…)
Reprimiendo una arcada me volví a asegurar en la plataforma y opté por subirme la braga calientacuellos hasta la nariz, para seguir con mi tarea de espionaje. Entonces fue un fogonazo, como el resplandor de un relámpago, lo que, del sobresalto, me hizo caer sobre mis posaderas. En la lejanía, un perro callejero aulló en algún callejón oscuro. De fondo podían oírse las apagadas súplicas de Ramiro para que bajara del andamio y nos fuéramos a casa.
Pero tan inusuales fenómenos habían captado por completo todo mi interés y no podía dejar de mirar por la pequeña ventana. Traté de aguzar mis sentidos al límite, y aún hoy desearía no haberlo hecho, porque en aquel momento comencé a oír la voz.
Era un fino hilo de voz, casi imperceptible, un confuso crepitar que se hacía a veces inaudible, a veces inaudito, de un tono cascado y seco que ponía los vellos de punta. Parecía surgido de muy, muy lejos, como si emergiera del fondo de un profundo abismo. Me trajo a la memoria las escalofriantes sicofonías que había oído en los programas de ciencias ocultas que ponían en la tele en verano a altas horas de la madrugada; poseía la misma cualidad evocadora, ese tono ajeno a toda realidad que conseguía que un miedo reflejo, subconsciente, acariciara con sus dedos gélidos la nuca de quien lo escuchaba:
―La su venida está cerca, escuchad lo que os predigo.
Uebos os es fazerlo e derramar la sangre inocente.
Así podrá quedar en este lado la su simiente,
para preparar la venida de Aquel que soñando ha de aguardar,
y la muerte en vida ge cernirá sobre este mundo, como es su voluntad.
Un silencio asfixiante cayó sobre la escena. Daba la impresión de que el tiempo se había congelado, inmóvil, muerto.
Pasados unos segundos eternos volvió a sonar la primera de las voces que oyera en el rato que llevaba subido en el andamio.
―¿Está donde «dise» tu libro?
De nuevo los pelillos de la nuca se me erizaron al oír el sonido insoportable de los fonemas de aquella voz antinatural y repulsiva.
―Tal y como en vida conuve, en el antiguo templo oculto de Poseidón, en el agua que no ha de ver la luz.
Las últimas palabras fueron extinguiéndose; parecían haber sido absorbidas por la piedra, como si esta, en su centenaria sabiduría, quisiera borrar toda evidencia de aquel eco malsano, de aquella aberración auditiva.
De nuevo un manto de espeso silencio se cernió por unos instantes sobre el edificio.