La publicación de mi nueva novela de humor y terror Imposible y pero incierto es un hecho casi inminente, y hoy te traigo un fragmento de esta novela de terror.

Esta semana he tenido la posibilidad de ver el ebook en sus versiones mobi y epub, maquetado, y ha quedado perfecto, tan solo había que retocarle un par de detalles: el subtítulo de la portada, que en blanco y negro no se distinguía bien, y la foto de autor, que había que retocarla. Os adelanto que se trata de una foto con «sorpresa», y muy relacionada con el «Horror cósmico».

También he ultimado con el maquetador los detalles de la versión impresa, que estará disponible en Createspace para quienes quieran tener una versión en papel, y ha quedado preciosa, aunque había que modificar algunas cosas.

Por lo tanto, supongo y espero que ya sea solo cuestión de días, y que a mediados de semana o a principios de la siguiente esté el libro disponible para descarga en Beperk y Amazon, así como en papel, también en Amazon.

Estoy estudiando la posibilidad de que un par de librerías especializadas (librerías de comics, libros y juegos) lo distribuyan, una en Córdoba y otra en Sevilla, de forma exclusiva, pero aún no lo tengo cerrado, es solo una posibilidad.

Pero mientras llega el momento, para amenizar la espera, continuaremos desgranando las músicas que componen la «banda sonora» de imposible pero incierto.

El planteamiento es que le deis al play del reproductor, y mientras escucháis la música, leáis el fragmento del libro al que corresponde, para tener una experiencia de lectura más intensa y completa, para que podáis sentirlo tal y como fue concebido en mi cabeza.

Espero que lo disfrutéis.

Capítulo 3: Un amargo desayuno

If only tonight we could sleep – The cure

(…)

Con un gruñido de impotencia decliné seguir argumentando mi postura y me dediqué a dejar vagar mi atención por la sala reparando en la escasa pero curiosa decoración de aquel antro.

Mientras, Jaimito y Ramiro departían sobre las virtudes de Monkey Island como aventura gráfica.

Una foto en blanco y negro enmarcada en plástico rojo. Fechada en mil novecientos treinta y algo, la última cifra no se podía distinguir. Unos tipos con cara de gañanes, especialmente feos, de labios tan hinchados que me hicieron plantearme si ya existían las infiltraciones de silicona por aquel entonces, y ojos como huevos duros, o eso parecía, pues tampoco es que la calidad de la foto permitiera distinguir los detalles con demasiada nitidez, posaban con ropa de época, o sea, de cateto, al lado de una alberca. Una silueta oscura y ominosa se dejaba entrever en la superficie del agua como una mancha de sombras. Seguramente sería un fallo de revelado de la fotografía, pues la forma era demasiado extraña para pertenecer a nada que encajara en semejante contexto. Junto a la alberca, un cartel con la siguiente leyenda: Ochavillo del Río.

Al enfocar la mirada hacia otro objeto mis ojos se toparon con la penetrante observación a la que la camarera me estaba sometiendo. ¿Había ligado con semejante engendro? Cuando vi el resto de su rostro comprobé con alivio que seguía esbozando el mismo gesto de desagrado de quien está oliendo una enorme y hedionda mierda.

Siguiente ítem. Una foto de un barco de pesca. En la cubierta un pescador saludaba con la mano. Lo extraño en esta ocasión es que el marino parecía llevar puestos, en vez de guantes, unas manoplas de las que se usan para sacar bandejas del horno, pues no había solución de continuidad entre sus dedos. Seguramente sería una herramienta utilizada en algún arte de pesca que me era ajeno. Sin embargo, aquel inocente detalle causaba en las capas más profundas de mi cerebro una punzada de inexplicable inquietud.

Dónde coño nos habíamos metido a desayunar.

En la pared adyacente, un llamativo cartel: “Pregunte por nuestras exquisitas raciones de ancas de rana”. No pude reprimir un mohín de asco.

Último regalito. Un póster o lámina que representaba una visión del fondo marino, con todas las especies animales habidas y por haber. Faltaban solo los snorkels (jovencitos, googlead esto). Estaba hecho con carboncillo y no es que fuera horroroso, es que era molesto a la vista. Los tonos negros, blancos y grises, fríos y oscuros, las especies de un tamaño anormal, pululando como entes carroñeros, y unas extrañas formas que se dibujaban en el fondo (de nuevo tan solo manchas y sombras insinuantes) convertían el dibujo en una especie de test de Rorschach de dudoso gusto, nulo valor decorativo y aspecto perturbador.

De nuevo me sorprendí al comprobar que la encargada del local seguía apuñalándome con las retinas, sin perder detalle de todo lo que hacíamos.

Intercambiamos algún que otro comentario jocoso para alargar algo más el desayuno, pues incluso aquella opresiva atmósfera constituía una opción más atractiva que volver a sentarnos frente a los apuntes. Pero finalmente, frías ya las migas de las tostadas en los platos, decidimos regresar a nuestros puestos de estudio.

¿Cómo era posible que no hubiéramos reparado antes en semejante local?

El resto del día transcurrió con normalidad, aunque en mi mente subyacía una extraña sensación de turbación, que quizás si hubiera aumentado de intensidad habría acabado dándome algo de gustico, pues por lógica se habría tratado de más-turbación. No entendía cómo podían ser tan parecidas dos palabras con efectos tan dispares entre sí.

La realidad parecía estar dando una vuelta de tuerca mostrándonos su lado más enigmático y misterioso. Era como si mi consciencia tuviera una maleta llena de ideas, de las cuales algunas eran artículos deleznables, carentes de importancia, mientras que otras eran piezas de un extraño rompecabezas, pero aún no había podido distinguirlas entre sí.