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Mi relación con figura de Steve Jobs siempre ha sido un poco ambigua. Una especie de amor odio / odio odio.

No sé por qué se ha encumbrado a este señor que, por lo que he leído y oído, era un tipo insoportable cuyo rasgo más destacado era ser un perfeccionista obsesivo y déspota con sus trabajadores.

Este es el tipo de comentarios que me valdrá miles de collejas con el logotipo de la manzanita de marras.

Mi historia con este señor se remonta a mi época de usuario pre Apple, en la que, cuando la gente empezaba a eyacular con el discurso de motivación que dio antes de diñarla, yo siempre preguntaba:

¿Pero qué ha hecho este tío, si lo único que hizo fue hacer un ordenador bonito, y ni eso, que el solo hizo el diseño, que en realidad la genialidad la tuvo el ingeniero con el que montó Apple? ¿Ha curado el cáncer? ¿Ha inventado la penicilina? ¡No! ¡Solo ha hecho un puto ordenador para que las personas elitistas se dejen una pasta!

Y ahí es cuando algún capullo usa la falacia lógica del «¡Hazlo tú!», es decir, si no eres capaz de hacer un ordenador y crear una compañía multimillonaria, no puedes analizar el hecho ni opinar sobre ello.

Bueno, en estos casos me consuelo pensando que el comentario probablemente venga de alguien que haga cola durante horas para pagar cientos de euros por un ipod que luego tendrá que desechar cuando a la compañía del señor Jobs le de por pensar que quieren sacarte pasta con otro modelo y dejen de dar soporte a ese que, para pagarlo, tuviste que donar un riñón y cantidades ingentes de semen.

Y es que, en parte, es normal que en una sociedad consumista, en la que se quiere a las cosas y se usa a las personas, se ensalcen a este tipo de compañías y personajes.

Todo este rollo para poner la foto tan buena del Steve Jobs y para decir que la firma en la feria del libro 2015 comenzó con la ley de Murphy dándolo todo.

Te sigo contando.

La cosa es que, en un paradójico alarde de incongruencia personal, al final he acabado comprándome un Mac.
Uno de los evangelizadores de la marca me puso un día una serie de anuncios en los que un tipo personifica a un Mac y otro a PC, y con propaganda barata te convencen de que los apple son más rápidos, más seguros, no se cuelgan…

Así que, cuando mi antiguo portatil se me cayó de entre las manos, como la niña de la canción Solo pienso en ti de Víctor Manuel, me dije: voy a invertirrr en un ordenador que dure forever, que sea gonico, que no se cuelgue…

La primera vez que grité ¡Maldito Steve Jobs! fue cuando, a los pocos meses de comprar el ordenador, se me cayó el enchufe del cargador al suelo y se le doblaron las clavijas, quedando inservible.
¿Cóooomoooooo? Qué un enchufe de un ordenador de más de mil euros se cae al suelo y se jode?

¡Si con el enchufe del cargador de un PC podías golpear a un armadillo hasta la muerte y no se doblaba!
La segunda vez que clamé al cielo ¡MALDITO STEVE JOBS! fue cuando fui a comparar el cargador nuevo para sustituir a este.
90 euros.

Y no te compres un genérico que como se te estropee el ordenador por una subida de tensión en la red no te cubre la garantía.

Para mi alegría, pude comprobar el pasado jueves que los Macbook pro también se quedan colgados, y la presentación de diapositivas y booktrailer que te habías currado como un loco antes de ir a la feria del libro tendrás que, metafóricamente, metertela en conducto rectal.

Esa fue la tercera vez que grité para mis adentros, como te puedes figurar:

¡MALDITO STEVE JOOOOBBBBBBSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS!

Y es que la presentación era un elemento fundamental para que la gente se diera cuenta de que en el stand se estaban firmando libros, y que yo no era simplemente un librero de aspecto pintoresco.

Ya había habido otros síntomas de que Murphy andaba por el lugar.

Para empezar, en una operación que desde ese momento será conocida como Desembarco Munno (munno=inmune a la inteligencia), un voluntarioso amigo que se había ofrecido a llevarme en moto olvidó un segundo casco.
Bueno, no pasa nada, vamos para el metro

En segundo lugar, la providencia quiso que, desde el día anterior, y de forma inaudita, las temperaturas subieran en un solo día hasta superar los 40º. Algo Idóneo para que la gente prefiera quedarse en casa, aunque sea dándose con un martillo en el dedo gordo, antes que salir a la calle.

Pero los hados pensaban que el desafío aún no estaba a la altura, por lo que hicieron coincidir el día y hora con partido del Sevilla Fútbol Club.

Con semejantes inicios puedes imaginar que no iba esperando gran cosa de la tarde pero, como suele pasar, mis expectativas se vieron superadas, y para bien.

Y es que, la jornada de firmas en la feria del libro me hizo darme cuenta de que hay gente maravillosa con suficiente generosidad como para interesarse por mis desvaríos literarios y mi persona.

Gente como Aviesbe, que a pesar del sol de justicia vino con su familia, bebé incluido, para que le firmara los ejemplares que tenía de Historias que no contaría a mi madre e Imposible pero incierto.

Gente como Anacleto, que desde Barcelona movió hilos para enviarme a dos simpáticos emisarios a conseguir un ejemplar firmado, y muchos amigos más que me acompañaron durante la tarde hacíéndome sentir que el tiempo que dedico a esto de verdad merece la pena.

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Gente como Sergio, que se arriesgó a comprar un libro a un autor desconocido sin preocuparle el precio.

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Gente como Jesús y Joaquín, de la librería El oso y su libro, que me ayudaron en todo y fueron atentos en todo momento.
Y muchos amigos más, algunos ya conocidos, que me arroparon con su cariño e hicieron el esfuerzo de desplazarse, algunos desde fuera de Sevilla, para acompañarme en ese día, o me hicieron notar su presencia interactuando y apoyándome en las redes sociales.

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Gracias a todos, de corazón, por convertir una tórrida tarde de mayo en algo tan especial.

Eso sí que es hacer magia.

A más ver

R. R. López