«La tontería es infinitamente más fascinante que la inteligencia. La inteligencia tiene sus límites, la tontería no».
-Claude Chabrol-
En primer lugar me vais a permitir que me disculpe por pesado, pero es que no he podido resistirme, por lo que haré un breve inciso antes de que podáis leer libros en línea gratis (me refiero obviamente al nuevo capítulo de Imposible pero incierto).
El fenómeno Greyano o Greyistico, aún no tengo claro como nombrarlo, pero vamos, hablando en plata, todo lo relacionado con «50 sombras de Grey», no deja de sorprenderme. Parace que la gente que entra en su órbita se contagia del efecto arrebatador de esta novela, que hace que la mayor parte del flujo sanguíneo se desvíe del selefro a las gónadas, ocasionando declaraciones tan sesudas como esta:
Acojonante. No encuentro otra palabra. Pues mira que yo no lo sospechaba, creía que habría un montón de escenas de Grey bailando la yenka, pero lo del sexo en la vida se me habría ocurrido.
Entiendo que alguien dudara de esto si le hubieran encargado la dirección del flin a Lars Von Trier, en cuyo caso todo sería posible, desde una película sin escenario en la que las casas son planos pintados en el suelo (Dogville), hasta que la peli sean 4 horas de plano fijo de Grey sentado en un sofá, disfrazado de lata de anchoas y tocando la balalaica mientras declama solamente palabras que empiezen por ‘W’: Wolframio, Washington, Wolverine, Wally…
Para despejar dudas candentes en el panorama cinematográfico actual creo que la semana que viene podrían editar otro artículo con un título como:
«En la segunda parte de El Hobbit saldrán Enanos»
Todo un adelanto.
En fin. Asuntos Greyísticos aparte, os dejo el segundo capítulo de mi nueva novela, aún sin publicar, «Imposible pero incierto (Una novela de horror cósmico) por si os quedásteis la semana pasada con el gusanillo de saber si Felio se romperá la crisma al caer del andamio. En teoría en dos semanas estará totalmente corregida, por lo que entonces pasaríamos a la fase de maquetación.
Incluyo algunas fotos para que os hagáis una idea de los lugares en los que transcurre la acción.
Imposible pero incierto (Una novela de horror cósmico)

Este es otro concepto de portada que se ha descartado, aunque era bastante representativo del segundo capítulo
Una novela de misterio en la Mezquita Catedral de Córdoba
Capítulo 2: Luces y sombras
«Hay más cosas entre el cielo y la tierra, Horacio, de las que se sueña tu filosofía»
―Hamlet―
En el último instante mi mano derecha se cerró sobre uno de los tubos de la andamiada antes de que este quedara fuera de mi alcance. El cilindro de metal crujió bajo mi peso, del que la gravedad tiraba como si hubiera un muerto agarrado a mis tobillos. Por unos instantes me balanceé sintiendo la nada bajo mis pies y tuve la sensación de que la estructura se iba a separar del muro, yendo a precipitarse sobre la calzada aplastándonos a Ramiro y a mí en el proceso.
La descarga de adrenalina que cosquilleó por todo mi cuerpo acabó de súbito con mi estado de embriaguez. Ya más centrado busqué con los pies un apoyo.
―¡Baja de ahí, gilipollas! ¡Qué te vas a matar! ―oí exclamar a Ramiro desde abajo. El volumen de su voz dejaba patente que Trataba de mantener un tono de voz tan tenue como le fuera posible.
―¡Ya que casi me escoño tendré que subir arriba del todo, que si no sí que he hecho el capullo! ―repuse mientras me encaramaba como una garrapata a una de las plataformas que coronaban la cumbre.
Me acerqué con cuidado al hueco de la pequeña ventana y, tras echar un vistazo a la vista panorámica del barrio de la Judería que me ofrecía mi posición, me acuclillé. Una ráfaga de frío viento agitó mi pelo amenazando con derribarme, lo que me obligó a asir con fuerza una de las barras metálicas del cuerpo de la plataforma. Parecía como si algún poder enigmático quisiera impedir que mirara por aquella misteriosa abertura.
Como pude apreté la cabeza contra la piedra, fría y húmeda, dado que la oquedad se estrechaba hacia el interior del edificio. Tan solo conseguí un ángulo de visión torcido e incómodo que me permitía ver vagamente una columna de piedra y un fragmento de suelo. Afiné el oído y me pareció percibir un repicar metálico parecido al de la forja de un herrero, golpes de algún objeto férreo sobre una superficie dura, con una cadencia regular.
¡Qué desilusión!, pensé, seguro que serían los restauradores que habían decidido hacer horas extra, pero, ¿hasta las tres de la mañana?
El golpeteo frenó de súbito y una voz, que en aquel momento me resultó extrañamente familiar por su desagradable tono, llegó hasta mí por el hueco de la ventana algo distorsionada por la cavernosa resonancia del interior. Por un momento me pareció atisbar, dentro del limitado ángulo de visión de que disponía, una figura encapuchada.
¿Monjes franciscanos aficionados a la albañilería entrando en la catedral a las tres de la mañana? Las explicaciones lógicas iban sonando cada vez más inverosímiles.
Por un momento el murmullo de voces que había en el interior tomó en mis oídos la forma de una frase inteligible:
―«Amo a vé, ensiende er soplete» ―Y acto seguido un ruido llameante.
Una voz azarada contestó a la primera dicción en tono respetuoso:
―La verdad es que no sé yo si este chapuz funcionará…
―«Verá» tú si todavía no te «ví a tené que dá» un correctivo ―Un carraspeo, que por su sonido se me antojó improductivo, cerró la advertencia.
Entonces comenzaron los cánticos como un hilo musical muy tenue pero cuya polifonía indicaba que dentro de la estancia debía haber ciento y la madre.
―«¡Per Adonai Eloim, Adonai Jehová,
Adonai Sabaoth, Metatrón On Agla Mathom.
Verbum phyternicum, misterium salamandrae
cenventus sylvorum, antra gnomorum,
daemonia Coeli Gad, Almousin, Gibor, Jehosua,
Evam zariatnatmik, ¡veni, veni, veni!»
Un hedor, como nunca antes había olido y como creí que no volvería a oler en mi vida, equiparable, o eso me imagino, al aliento de un escarabajo pelotero con halitosis, comenzó a emanar del ventanuco.
Del mareo casi me caigo.
Reprimiendo una arcada me volví a asegurar en la plataforma y opté por subirme la braga calientacuellos hasta la nariz, para seguir con mi tarea de espionaje. Entonces fue un fogonazo, como el resplandor de un relámpago, lo que, del sobresalto, me hizo caer sobre mis posaderas. En la lejanía, un perro callejero aulló en algún callejón oscuro. De fondo podían oírse las apagadas súplicas de Ramiro para que bajara del andamio y nos fuéramos a casa.
Pero tan inusuales fenómenos habían captado por completo todo mi interés y no podía dejar de mirar por la pequeña ventana. Traté de aguzar mis sentidos al límite, y aún hoy desearía no haberlo hecho, porque en aquel momento comencé a oír la voz.
Era un fino hilo de voz, casi imperceptible, un confuso crepitar que se hacía a veces inaudible, a veces inaudito, de un tono cascado y seco que ponía los vellos de punta. Parecía surgido de muy, muy lejos, como si emergiera del fondo de un profundo abismo. Me trajo a la memoria las escalofriantes sicofonías que había oído en los programas de ciencias ocultas que ponían en la tele en verano a altas horas de la madrugada; poseía la misma cualidad evocadora, ese tono ajeno a toda realidad que conseguía que un miedo reflejo, subconsciente, acariciara con sus dedos gélidos la nuca de quien lo escuchaba:
―La su venida está cerca, escuchad lo que os predigo.
Uebos os es fazerlo e derramar la sangre inocente,
así podrá quedar en este lado la su simiente,
para preparar la venida de Aquel que soñando ha de aguardar,
y la muerte en vida ge cernirá sobre este mundo, como es su voluntad.
Un silencio asfixiante cayó sobre la escena. Daba la impresión de que el tiempo se había congelado, inmóvil, muerto.
Pasados unos segundos eternos volvió a sonar la primera de las voces que oyera en el rato que llevaba subido en el andamio.
―¿Está donde “dise” tu libro?
De nuevo los pelillos de la nuca se me erizaron al oír el sonido insoportable de los fonemas de aquella voz antinatural y repulsiva.
―Tal y como en vida conuve, en el antiguo templo oculto de Poseidón, en el agua que no ha de ver la luz.
Las últimas palabras fueron extinguiéndose; parecían haber sido absorbidas por la piedra, como si esta, en su centenaria sabiduría, quisiera borrar toda evidencia de aquel eco malsano, de aquella aberración auditiva.
De nuevo un manto de espeso silencio se cernió por unos instantes sobre el edificio.
Tras semejante paréntesis el transcurso de los acontecimientos se reanudó de forma no menos inquietante. Una cacofonía de varias voces coreó en tono quedo una extraña letanía, que por unos momentos quedó fuera de mi umbral de audición.
―¡¡Ïa, ïa, ―el sonido se hizo indistinguible―…fhtagn!!
Pasaron unos minutos y no volví a percibir indicios de actividad en el interior del edificio, el frío arreciaba y comenzó a invadirme el cansancio.
Cual ebria lagartija descendí de la andamiada y al llegar al suelo Ramiro me recibió con un agrio comentario:
―Hombre, por fin se ha dignado a bajar “Spiderpollas” ―me espetó con mala cara, «por lo bajini».
―Ramiro, ―le contesté con cara de asombro― no te vas a creer lo que he visto…
―Venga, hombre, vámonos ya a dormir que me estoy quedando pasmado de frío ― musitó, interrumpiéndome bruscamente.
―Pero es que ahí dentro había, gente, y se han oído voces, y una era muy rara, y, y…―dije tratando de ser tan coherente como el elevado grado de excitación, al que me hallaba sometido a raíz de tan insólitos acontecimientos, me permitía.
―¡Que sí, que sí, que sí! ―profirió mi iracundo interlocutor mientras me empujaba calle abajo para forzarme a avanzar―. Seguro que el guardia de seguridad se ha montado una juerga con los colegas dentro de la mezquita y están «to fumaos».
Mientras le relataba entrecortadamente lo acontecido llegamos a la altura del arco del triunfo. Por un momento volví la vista atrás fugazmente para echar un último vistazo al vetusto edificio, que ahora se hallaba envuelto por la más absoluta penumbra, preguntándome si todo lo que había presenciado aquella noche no eran sino desvaríos de una melopea especialmente sicoactiva.
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© Imposible pero incierto, 2013, R.R.López, no está permitida la reproducción total o parcial del texto sin licencia escrita del autor.
Si te ha gustado, puedes leer los 7 primeros capítulos o conseguir completa esta novela de humor y terror ambientada en Córdoba aquí.
Está muy bien. Lo he leído todo de un tirón. Todo lo narrado me es muy familiar. ¡Spiderpollas! Real como la vida misma. Me recuerda a una vez que mis amigos y yo nos colamos a un antiguo colegio franquista abandonado después de tomar una copas… ¡Qué tiempos aquellos!
¡Jajajaja! ¡Quien no haya saltado algún muro borracho es que no ha tenido juventud!