Este artículo sobre mi viaje a la tumba de Drácula (Vlad Tepes) es un capítulo del libro Lo poco que sé del misterio.
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Introducción
Cualquier excusa es buena para lanzarse tras los pasos del misterio.
Una despedida de soltero doble: buena.
Un billete barato a Rumanía: también.
No importa que la semana anterior hubiera un temporal de nieve que colapsara un país con unas infraestructuras ya de por sí tan al borde del colapso de motu propio.
Tampoco importa que uno de los sufridores se case en dos semanas: su primer apellido es Riesgo, el segundo: De Infarto (cuando se dio cuenta de a donde le llevábamos).
A pesar de lo lógico de estos razonamientos, la cara de los encargados del control de acceso de pasajeros fue de órdago.
La pregunta subsiguiente, dadas las horas del vuelo, también:
¿Y a qué coño vais vosotros a Rumanía un viernes a las 5 de la mañana?
Muchos de los integrantes de la comitiva tampoco tenían muy clara la respuesta.
Yo sí: A seguir los pasos de Drácula.
Vlad Tepes el empalador, A.K.A Drácula
No voy a extenderme sobre el tema. En Internet podéis encontrar todo lo que queráis y más. Baste decir que Vlad Tepes fue un noble transilvano con fuertes tintes sicopáticos que se entretenía en atravesar a sus prisioneros de guerra con troncos afilados y dejarlos plantaditos ahí, para que los viera el personal (es el del dibujo de arriba que tiene cara de «yo ya he hecho pipí»).

De hecho, encuentro su parecido con Chorrica, de Señor Pussy, fascinante
Para los Rumanos es un héroe nacional, pues defendió sus fronteras de la invasión del los turcos.
Para el resto del mundo quedó inmortalizado por su trasunto literario, el Conde Drácula, creado por Bram Stoker basándose en algunos aspectos de la biografía del regente.
Comienza el viaje.
Y comienza bien. En el control de equipajes el controlador pregunta a uno de los dos novios (se casaban en fechas próximas, de ahí la despedida conjunta):
¿Tú llevas herramientas en el equipaje?
Por supuesto que no, ¿quién coño se iba a ir un viernes a las 5 de la mañana a Rumanía con una cizalla en la maleta?
Pues alguien a quien le han querido gastar una broma pesada.
La primera del viaje.
La segunda, nada más pasar el control de equipajes. A Transilvania hay que ir vestido de vampiro, aunque el disfraz sea flichornoso, como mandan los cánones. Más bien parecía el pijama de Drácula.
Cuando uno entra en la sala de la puerta de embarque, y siente como decenas de personas le clavan la mirada, es incómodo.
Cuando el 80% de los integrantes de la fila tienen aspecto de que en cualquier momento van a:
a) ayudarte a aparcar el coche o
b) desvalijarte o
c) recoger tu chatarra
La incomodad se torna inquietud, y uno se pregunta ¿dónde nos estamos metiendo?
Al final toda la gente resulta ser simpática, y una vez llegas al destino te das cuenta de que el look “siñurito dame argo, guapa” tan solo es el estilo imperante entre gran parte de la juventud del país. Una vez en su contexto, deja de ser amenazador.
Decir que quienes diseñaron los aviones de Wizz Air ensayaron con los vagones que llevaron a los judíos a los campos de concentración podrá resultar exagerado, pero cuando llevas una hora de vuelo sin poder dormir porque has tenido que colocarte las rodillas a ambos lados de las orejas, comienza a parecer una opción plausible.
Y más cuando un émulo de cantinflas, por lo túpido de su bigote, a pesar de contar apenas con 8 años, no para de preguntarte, cada vez que estás cogiendo el sueño, cosas como ¿Y para qué vas a la Rumanía? ¿A ti te gusta la Rumanía?, and so on, bajo la mirada azorada de su pobre madre que no sabe donde meterse.
En esas circunstancias, uno no puede evitar preguntarse: ¿Sonarán tan mal en español como en rumano las palabras “Cállate ya enano cabrón”?
Brecha cultural. Un viajecito para no olvidar.
Menos mal que al salir del aeropuerto nos aguardaba una sorpresa.
No, los taxistas con pinta secuestradores en potencia y mirada aviesa no; el hecho de que alguien se las haya arreglado para que los inocentes guías vayan a buscar a lo novios con un cartel a nombre de un tal Mr. Pollini.
Un apellido muy Español, sin duda.
Hacia la tumba de Drácula
A media mañana salimos de Bucarest hacia los bosques de las afueras.
Nos internamos por los caminos nevados, el microbus se tambalea a duras penas hasta que la nieve hace intransitable el camino.
Media vuelta.
Probamos otro camino. Resultado: Lost.
En mitad del bosque aparece un cuatro latas con el maletero lleno de objetos variopintos. La puerta del maletero atada con cuerdas.
Del coche se bajan tres individuos de esos que si te los encuentras por la noche en un callejón te da una risa que no veas tú.
El conductor se baja contentísimo y se dirige a ellos. Se ponen a charlar. Supongo que estarán poniéndose de acuerdo sobre las dimensiones de la fosa que tienen que cavar para ocultar nuestros cuerpos en mitad del bosque helado.
De nuevo mi mente prejuiciosa nos juega una mala pasada.
Los individuos, amablemente, se montan en el coche y nos guían, sanos y salvos, hasta el santuario en el que se encuentran los restos de Vlad el empalador.
Cuando Vlad Tepes murió, le tenían tanta manía que separaron su cabeza de su cuerpo, y las enterraron por separado. Con esto, los que sostenían que era un vampiro, querían impedir que regresara de la tumba.
La orden que regenta el santuario donde actualmente descansan sus huesos, de la que Vlad había sido muy devoto en vida, decidió recuperar sus restos mortales y enterrarlos en una capilla para rendirles homenaje.
La capilla está en una isla en mitad de un lago, aunque a fecha de nuestra visita, el lago está congelado.
Nos comenta el guía que antiguamente había un pasadizo secreto que pasaba desde la tierra hasta la capilla, por debajo del lago, pero que actualmente está inundado.
Las orejas se me envelan como un cachorro de pastor alemán. La ilusión de mi vida, una vez más, frustrada: caminar por un pasadizo secreto. Tan cerca y tan lejos.
De camino a la capilla, caminando por la nieve, como el guía nos ve pinta de cachondos, nos advierte que no nos pasemos ni un pelo con el cura que enseña la capilla, que para ellos Vlad Tepes es un héroe, y que el cura es bastante serio, por lo que no sería la primera vez que expulsa a un turista irrespetuoso a bastonazos.
La visita promete.
¿Qué econtraremos tras la puerta de la ermita? Para saberlo tendréis que leer la segunda parte de este post.
Sorry for the cliffhanger.
Puedes leer la segunda parte de este artículo aquí.
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