Antes de nada, me gustaría aclarar que esta entrada no trata de criticar a nadie, simplemente de plasmar algunas reflexiones que me vienen a la puta cabeza, así, ¡pam!, en las pausas que hacen las voces que me piden que me disfrace de mecedora y le meta fuego a la Moncloa al grito de “Me operaron de tiroides y ahora sé paquistaní”.
Lo segundo es broma, lo primero no.
Bueno, chorradas aparte, para empezar, y aunque pueda parecer incongruente, confesar que nunca he leído nada de Lucía Etxebarría (ni El Quijote, ni el Ulises de Joyce… que le vamos a hacer, llámenme zafio si gustan), pero una persona que viva (aunque no muy bien por lo que se ve) de la literatura en este país, y que haya ganado un Premio Planeta, merece todo mi respeto como escritora, la verdad.

El copiright de esta foto «flichornosa» corresponde a Rafael Roa
Un ejemplo de ello, para que veáis que no miento: cuando publiqué en papel Historias que no contaría a mi madre, aparte de un ciclo de presentaciones por toda Andalucía a las que el número máximo de asistentes fue 8 y en la que el mínimo fue una señora guiri que entró por equivocación en el edificio patrimonial del centro de Granada en el que se celebraba la presentación, creyendo que era un museo, para acto seguido huir como alma que lleva el diablo al darse cuenta del percal (motivo por el que podríamos contabilizarla como cero), aparte de estas

¡Señora, no huya!
actividades promocionales, repito (y de las notas y artículos de prensa con fotos flichornosas [flipantes+bochornosas, neologismo acuñado por Mr. Macoco]de las que hay algún que otro ejemplo en este blojjj), se incluía un debate de altos vuelos en un programa literario de una televisión local de Córdoba, lo cual equivale a tener menos audiencia que una película de terror para avestruces (por aquello de que cuando se asustan meten la cabeza bajo tierra).
En aquel gran hit del mundo audiovisual participábamos:
a) un señor que por lo visto era poeta y que hablaba raro, que me regaló un libro en el que había una poesía que hablaba de adolescentes que se tocaban por las noches (otro ejemplo al que podríamos aplicar la palabra fllichornoso).
b) Un abogado que confesaba tener el secreto para hacer dinero enviando relatos a concursos literarios (secreto que no me quiso revelar y que es el segundo mejor custodiado después de la fórmula para la fusión fría, y delante del motor que funciona con el líquido de aliñar los pepinillos y la máquina de terremotos de Nicola Tesla).
c) El moredador, un columnista de un periódico local conocido en el mundillo literario de la ciudad (mundillo que casi podría reducirse a Cosmopoética+Cosmopoética onemortime), y al que le habían publicado varios libros.
d) Servidor, vistiendo una camiseta de Calvin y Hobbes en pijama afirmando «I hate mornings», y con un pelado «homemade» digno del más incestuoso de los sicópatas rednecks de las montañas de Oklahoma (por aquella época desconfiaba de los peluqueros titulados).
Pues bien, c) (el presentador), mientras nos maquillaban (que allí había nivel, oiga), me comentaba amargamente que su última novela había tenido problemas para publicarla con no sé cual gran editorial, y que estaba indignado, porque se había pasado días recorriendo Londres con un cuadernillo tomando notas para ambientarla, y no se la publicaban, mientras que publicaban a esa Lucía Etxebarría que lo único que hacía era decir tacos.
En ese momento pensé:
a) A lo mejor te confundieron con un demente si te dedicaste a dar vueltas por la calle escribiendo en una libreta.
b) Me parece un poco pretencioso hablar así de una señora que ha ganado el premio planeta, a pesar de que seas presentador de un programa que tiene tanta audiencia como la carta de ajuste, y seas columnista en un periódico de una ciudad pequeña, que posiblemente solo lo compra la gente para conseguir el mp3 que regalan si juntas 384 cupones coleccionables o cuando publican su la carta al director que han escrito ellos mismos.
c) Con tanto maquillaje estás empezando a recordarme a Naranjito.
EL copiright de esta imagen es propiedad de Naranjito
Pero como soy un tipo prudente, me callé.
Quedando demostrado, por lo tanto, que Lucía Etxebarría no es blanco de mi antipatía ni simpatía, sino simplemente una señora a la que había leído algún que otro artículo en el suplemento dominical de El País, he de confesar que no dí crédito a mis tímpanos cuando oí la noticia de que iba a participar en un reality de verano de Telecinco, concretamente en Campamento de verano, que seguramente también podría haberse llamado «Campamento de ver-anos», y el resultado habría sido el mismo.
Si los realitys normalmente son chungos, no hay nada como un reality de verano, en el que, debido a que la peña está de vacaciones, tienen que cargar tintas y aumentar los niveles de sordidez y cutrez para conseguir unos niveles mínimos de audiencia, y en el que, además, saben que pueden hacer lo que quieran porque posiblemente no consigan esos niveles de audiencia mínimos, con lo cual se desmelenan y dan rienda suelta a sus bajos instintos.
Por lo tanto me decidí a hacer un seguimiento de este tema, a través de los artículos y notas de prensa de internet, eso sí, que como decía cierto amigo, «yo no veo esas cosas en la tele, que pervierten la mente». Es un sistema de seguridad para evitar daños neuronales irreversibles, como manipular barras de plutonio dentro de urna de seguridad con guantes.
Siguiendo con el tono de ambigüedad que domina este artículo, por un lado hay que reconocer la honestidad de esta mujer al admitir que va al reality porque le hace falta el dinero por un problema con hacienda, para mantener su casa y la casa que tiene en Marruecos, que viene a ser la versión intelectualoide de la consabida frase «es malo de pedí, pero más malo es de robá» (esperemos que no llegue a caer en la de «to lo que saques del bolsillo es pa mí» o en la famosa «quillo, déjame un eurito que me falta pal ferry pa Tánger, que me he quedao tirá y no tengo pa llegar a mi casa de Marruecos»).
Por otro lado, me sorprende que ahora vaya llorando por las esquinas del campamento, quejándose de que si es muy duro, que no se esperaba que fuese así y tal. Una persona que llevaba tantos años despotricando de la telebasura, digo que sabe en que consiste un reality, y que no iba a cifras y letras, ¿no?

Yo creía que esto era el programa del Arguiñano…
Por cierto, se me ocurre que con sus habilidades literarias quizás una opción para solventar sus apuros económicos sería ir a Pasapalabra a ver si termina el rosco.
Y es que llega el momento de cantarle aquello de «Manolete, Manolete, si no sabes torear, ¿pa qué te metes?» o, si lo queréis en la versión cultureta, decirle que lo que le está pasando no es ni más ni menos que un efecto de la ley del karma, y que todo el sufrimiento que experimenta se debe a su apego a sus bienes materiales, en este caso a su casa de Marruecos.
En fin, aunque no me gusta ver sufrir a nadie gratuitamente, cuando esa persona se lo ha buscado, solo le queda a uno la alternativa de citar a un profesor fascista ultraderechista de la Falcultad de Agrónomos que tuve en una asignatura optativa de la carrera, pero que a pesar de ello de vez en cuando tenía sus golpes: «Que se fastidien con j».
Además, al tratarse de la televisión, donde, como sabemos, todo es mentira menos el tamaño del pene de Nacho Vidal, que quedó testimoniado mediante un molde de silicona, siempre le queda a uno la duda de que se trate de una mera impostura recogida en el guión y que forme parte de una metaficción, y que la Etxebarría nos la esté colando para darle más emoción al Reality.
La única y triste verdad de todo este asunto queda reflejada en las palabras de la propia Lucía Etxebarría:
«Para que os hagáis una idea, lo que me pagan por semana supera a lo que me pagaron por Liquidación Por Derribo, un libro que tardé varios meses en escribir y cuya documentación estuve varios años compilando».
En una sociedad que tiene los valores invertidos, y como ejemplo de persona notable a Belén Esteban, lo mejor es no asomar mucho la cabeza por ningún lado, porque lo más que te puede caer es alguna buena hostia.
Ciertamente, debe dar verdadero vértigo exponerse a ser despedazado por la miríada de tuiteros, los tertulianos sin escrúpulos, y el populacho en general.
Parece que no somos conscientes, pero con las nuevas tecnologías y redes sociales se ha cometido una imprudencia similar a darle a un chimpancé una magnum 44 cargada y sin seguro, puesto que los “endividuos televisivos estos” se exponen a la crueldad y mala baba de millones de personas aburridas, mediando el uso de unas plataformas que permiten que te lleguen 1000 insultos e improperios al segundo desde el más absoluto anonimato, lo que despierta nuestro lado más cruel y juguetón (y digo ‘nos’ porque es como exponerse al anillo único, al final todos caemos en el lado oscuro aunque sea momentáneamente, como podéis comprobar aquí . Todo un riesgo. Aunque supongo que ellos aplicarán el principio universal de “dime perro, y dame pan”.
Por lo tanto solo nos queda desear que a la pobre Lucía el mal rato le sirva al menos para solventar sus problemas económicos y que no vuelva a verse en otra así, aunque lo mismo cuando le ingresen en la cuenta le coge gustillo al asunto. El tiempo dirá.
Como decía el sabio: «Hay que ver la de cosas que hay que hacer para no trabajar».
ACTUALIZACIÓN DEL ARTÍCULO
Realizando el escueto seguimiento por las noticias de internet que hago periódicamente del asunto, me encuentro con esta noticia del 27 de julio, en la que finalmente Etxebararría claudica en una clara escenificación del dicho «ir a por lana y salir trasquilado».
Os dejo algunas perlas del colofón de esta dantesca historia:
‘Como remate de la gala en honor a su abandono, la Premio Planeta terminó abrazando a una de las trabajadoras del programa rogando: “¡Sacadme de aquí, sacadme!” ‘
‘Fui tonta porque me metí en algo que no podía controlar. Le debo disculpas a mi madre porque ella me dijo que no lo hiciera» ‘.
No puedo evitar que esta historia me recuerde al chiste que dice: ¿Sabes cuál es la diferencia entre un pene y una silla? ¿No? Pues ten cuidado de dónde te sientas.
Desde aquí conminamos a la Señora Etxebarría a hacer caso a su madre, porque madre no hay más que una, y a tí te encontré en la calle. Esperemos que no tenga que escarmentar también por experiencia directa otros grandes clásicos de las madres: Nunca te montes en el coche con extraños, no te sientes en la taza de los váter públicos, crúzate de piernas cuando lleves falda y te sientes en una silla (siempre que te hayas asegurado previamente de que en efecto se trata de una silla).
Dioses…..genial.
Me alegro de que te haya gustado Rafael. En su momento me flipó la actitud de la señora Etxebarría