Hoy quiero hablarte de los libros del verano de mi vida, sí de esos libros que, al igual que los veranos en los que los leí, me marcaron de algún modo que todavía recuerdo.
No sé si se notará cuando un post es de esos que escribes en una noche de insomnio, como lo es este (las siestas de los domingos son traicioneras), pero aprovecho esta etapa estival de menor tráfico para continuar con esta serie de post más personales, aunque no sé si te estarán gustando o si prefieres que vuelva a las listas de temáticas de libros, a los post sobre Lovecraft y sus mitos de Cthulhu, y demás artículos que suelen ser habituales en el blog.
Pero no te preocupes que todo eso volverá en septiembre (o quizá antes).
Cuando era más joven me pasaba algo extraño con las películas sobre veranos del despertar, esas películas que hablan de los veranos que marcan la vida de sus protagonistas dejando un recuerdo indeleble para el resto de sus vidas.
Era un fenómeno curioso, porque me provocaban nostalgia ficticia.
Eran capaces de evocar en mí nostalgia por algo que no había vivido, pues no había tenido un verano de despertar sexual y desenfreno, ni había tenido un rito de paso a la madurez, ni había vivido una aventura inolvidable o había conocido a ese amor de verano que recordaría hasta el lecho de mi muerte.
En parte mis veranos eran como los que te cuento en una de las historias que componen Historias que no contaría a mi madre: veranos tórridos en una ciudad que se quedaba vacía, dado que mis padres solo en un par de ocasiones pudieron permitirse llevarnos de vacaciones, y a partir de mi ingreso en la universidad tuve que consagrar todos mis veranos a hincar codos en la biblioteca.
Cuando crecí algo más, sí que hubo algún verano memorable, sobre todo cuando regresé de Alemania, en pleno agosto, acostumbrado a vivir por mi cuenta; sí podría decirse que a partir de entonces hubo un par de veranos que podían haber sido el argumento de una de esas películas de veranos inolvidables.
También hay recuerdos de algunas excursiones en plan Cuenta conmigo, película que no sé si sabes que se basa en un relato de Stephen King (El cuerpo); excursiones con los amigos a los baños de Popea, cuando aún residíamos todos en la misma ciudad y estábamos libres de cargas familiares.
Pero lo que sí que recuerdo son lecturas que de alguna forma tenían en mí el mismo efecto que las vivencias de esas películas.
Podría decirse que esta colección de libros sería mi personal Cinema Paradiso, por lo que podría evocarlos con esta música en mente, a pesar de la macabra naturaleza de algunas de estas lecturas.
Sí, soy un tipo lleno de contradicciones.
Así que, si no has huido espantado o espantada por este pestiño de introducción, me gustaría contarte cuáles fueron los libros del verano de mi vida y por qué.
Los libros del verano: lecturas veraniegas memorables
Si echo la vista atrás, entre los que para mí han sido libros del verano el primero que me viene a la mente es El señor de los anillos.
Aún recuerdo con nostalgia la sensación de estar recorriendo la tierra media acompañado por la compañía del anillo, viviendo sensaciones épicas e inolvidables con la música de Queen de fondo.
Y la nostalgia que sentí cuando se acercaba el final, porque, de alguna forma, no volvería a correr aventuras en compañía de aquellos personajes memorables.
¡Montañas Gandalf! ¡Montañas!
Y es que los tres libros de la saga me dieron para un verano.
Pero si hay un libro del verano del que guardo un grato recuerdo, sin duda es Los mitos de Cthulhu, de Alianza Editorial.
Corrían los años 90, concretamente 1992, y estaba en Sevilla, ciudad en la que acabaría viviendo años más tarde, visitando a un amigo con motivo de la Expo 92.
Solo tenía 14 años y jugué por primera vez una partida del juego de rol de La llamada de Cthulhu.
Y para mí fue todo un descubrimiento, a pesar de que mi personaje murió de forma horrible petrificado al contemplar a Ghatanothoa a través de un espejo mágico.
Así que me compré el juego de rol y al leerlo te recomendaban que leyeras algunos de los libros de Lovecraft, por lo que, ni corto ni perezoso, me dirigí a la librería Luque (creo recordar) y me hice con mi ejemplar de bolsillo de este magnífico libro de Alianza Editorial, que está entre mis cinco libros de terror favoritos, para ver de qué diantres iba todo eso de los mitos de Cthulhu.
Y entonces sí que flipé. Aunque me perdía un poco con las implicaciones de algunos de los relatos y con términos como ciclópeo, ignominioso, megalítico, y demás palabros que usaban Lovecraft y algunos de sus colegas, ante mí se abrió un mundo nuevo, un terror totalmente original, a caballo entre la ciencia ficción y lo que más tarde descubrí que se llamaba weird, con algunos toques pulp maravillosos.
Si cierro los ojos puedo transportarme a mi cuarto, por la noche, con la ventana abierta y el flexo puesto, leyendo fascinado aquellas historias de viajes en el tiempo, voluntades que pervivían a la muerte, cultos oscuros y dioses alienígenas incomprensibles para la mente humana sobre los que glosaba el Necronomicon.
A pesar de que en esa época desconocía el orden de lectura de los relatos de los mitos de Cthulhu, no pude parar hasta terminarme el libro, y con los años, a base de leer sobre los mitos y de empaparme ingentes cantidades de manuales de rol, acabé digiriendo toda aquella amalgama de Lord Dunsany, Algernon Blackwood, Robert E. Howard y tantos otros entre los que estaba el propio Lovecraft, al punto de llegar incluso a escribir mi propia novela en homenaje a los mitos de Cthulhu.
Otra de las historias que tengo clavadas en la cabeza es un relato de los Libros de Sangre Clive Barker, no recuerdo exactamente cuál, creo que era uno de un hombre cuya mano se revelaba contra el resto del cuerpo.
Había una escena en la que el protagonista se levantaba en mitad de la noche a beber zumo de manzana del frigorífico.
Aún recuerdo como me dieron ganas de emularlo, y me tuve que levantar en mitad de la oscuridad de la casa a beber algo del frigo.
Porque la noches de lectura eran calurosas. No podías tener la puerta abierta si ibas a leer hasta tarde, puesto que la luz podía molestar al resto de la familia, que dormían con las puertas abiertas para que corriera el fresco, y tenías que tirar de ventilador, porque el aire acondicionado tardó mucho tiempo en hacer su aparición, y en la planta de los dormitorios solo había en el cuarto de mis padres.
Otro de los libros del verano que recuerdo con cariño, torrándome en la azotea de mi piso de Sevilla para tomar el sol un rato en esa mitad interminable de agosto en la que todavía no ha cogido uno las vacaciones, es El misterio de la bolsa y la vida, uno de los libros de humor para leer en verano que te recomendé en este artículo, y en el que me sentí muy identificado con los ires y venires del detective sin nombre de Eduardo Mendoza por las calles desiertas de la calurosa Barcelona.
Ya más recientemente, el recuerdo que me viene es estar leyendo día y noche, durante mis primeros días de las vacaciones de agosto La ilustre degeneración, un libro que supuso una pérdida tardía de la inocencia, y que cambió mi visión de la sociedad y sus estructuras por una más descarnada e impactante, lo que me llevó algún tiempo digerir.
Recuerdo estar obsesionado por los hechos que se dejaban adivinar en el libro, por sus implicaciones, por la terrible realidad que mostraban, recuerdo las lecturas complementarias, las investigaciones sobre las desapariciones en España a las que me indujo.
También tengo un gran recuerdo de las carcajadas que solté leyendo los relatos de humor de Woody Allen compilados en Cuentos sin plumas, y las desternillantes aventuras de Ignatius Reilly en La conjura de los necios, que aún a día de hoy sigue siendo uno los cinco libros más divertidos que he leído.
Como puedes ver, los libros del verano de mi vida han sido épicos, divertidos y terroríficos, han llenado mis noches de insomnio y mis días de asueto, me han acompañado en viajes, aeropuertos, piscinas y playas, me han hecho disfrutar del arrullo del mar bajo una sombrilla y, en cierto modo, al igual que las correrías nocturnas, los romances y las borracheras, los desengaños, los problemas y las decepciones, los retos y los éxitos, las largas noches con los amigos en las que el asfalto quemaba, me han hecho ser quien soy, sobre todo en mi faceta como lector y escritor, han dejado, cada uno, parte de sus historias dentro de mí.
¿Cuáles son tus libros del verano? ¿De cuáles guardas mejor recuerdo? Cuéntamelo, si te apetece, en los comentarios.